Gestión emocional
Todo aquel que me conoce sabe mi pasión por la naturaleza y los animales, me he criado entre las cuatro patas de las vacas. Yo, frente a una vaca tengo la capacidad de sintonizar con ella, saber qué le pasa, anticiparme a sus necesidades, tranquilizarla (silbándole o acariciándole) cuando está nerviosa, activarla (hablándole más fuerte) cuando es necesario que se mueva. En otros momentos soy yo la que decide apartarse ya que puede dañarme… Si le tuviera miedo a la vaca, no podría sintonizar ni regular con ella.
Metafóricamente ocurre lo mismo con las emociones y cómo nos relacionamos con ellas.
Todas las emociones cumplen una funcionalidad para la supervivencia del ser humano, por ejemplo, el enfado nos ayuda a defendernos, el miedo a evitar los peligros, la tristeza a buscar ayuda y mantenernos cerca de los que queremos… Los seres humanos de forma instintiva sabemos gestionar el mundo emocional de autónomamente, si aceptamos la emoción y la dejamos que fluya se regulará por sí sola. Es como ver pasar una nube encima de nosotros, tiene su propio recorrido en el que acaba desapareciendo con el tiempo. El problema es cuando queremos cambiar el tiempo, al igual que cuando queremos cambiar nuestras emociones. Ejemplo de ello es cuando no queremos sentir, cuando desconectamos de nuestro mundo emocional, cuando experimentamos una emoción con una excesiva intensidad…
Las personas, ante determinadas situaciones tienen el deseo de calmarse, pero muchas veces no se utilizan patrones positivos, sino patrones que aunque en momentos producen un cierto alivio (evitar, controlar, dejarlas ir sin control, eliminar ciertas emociones…) al cabo del tiempo son perjudiciales para nosotros dado que seguimos manteniendo el problema. Muchas veces la base de estos patrones están en el pasado, en nuestros aprendizajes, vivencias, historias familiares… donde en algún momento nos sirvió para calmar un determinado dolor, pero que hace que sigamos entrando en un círculo vicioso donde las dificultades siguen estando presentes. Es como una herida, si la tapamos ya no veremos la sangre pero la herida seguirá estando ahí sin cicatrizar. En cambio, si curamos y desinfectamos la herida, aunque en un principio sea más doloroso, esta sanará y cicatrizará.
Tenemos muchas herramientas para calmarnos de forma positiva, pero de forma inconsciente utilizamos otras que empeoran la situación, como por ejemplo, culparnos, tener un lenguaje negativo contra nosotros mismos, compararnos con terceros, preocuparnos, dar vueltas a nuestro malestar, controlar nuestro estado emocional, victimizarnos… A todos ellos, yo les llamo autocastigos porque nos alejan del cuidado y la comprensión que merecemos.
¿Te cuesta sentir o expresar alguna emoción en concreto?, ¿evitas o controlas ciertas emociones?, ¿tienes emociones de forma muy intensa?, ¿te avergüenzas o te culpas de lo que sientes y piensas…?
Tomar consciencia de estos patrones perjudiciales que realizamos de forma automática en nuestro día a día es el primer paso para comenzar a cuidarnos, aceptar y fluir con nuestro estado emocional de forma más saludable. Tras la toma de consciencia, tendremos que poner mucha energía y constancia para utilizar otros patrones más saludables donde dejemos que las emociones evolucionen forma adecuada.
Por ejemplo, si me cuesta enfrentarme a ciertas emociones, intentaré comenzar a exponerme a estas situaciones progresivamente; Si me culpo o me avergüenzo puedo comenzar a hablarme como si le hablara a un niño pequeño o a alguien a quien quiero; Si me cuesta ajustar la intensidad de la emoción, realizaré actividades como contar lo que me sucede a alguien, pasear antes de tomar una decisión, realizar ejercicios de respiración…
Permitirnos sentir lo que sentimos nos hace fuertes y seguros de nosotros mismos ya que conectamos con nuestras vulnerabilidades, observamos así lo que necesitamos, con lo que nos cuidaremos mejor, y nos ayudará a su vez a conectar mejor con los demás.
Estas son mis reflexiones tras la lectura de libro “Lo bueno de tener un mal día” de Anabel González.